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martes, 7 de agosto de 2012

El U.S.S. Liberty

es, verdaderamente, un verdadero barco hundido. Me acerco a el desde la orilla pedregosa,

donde una vez mas mis tobillos de hombre rana han sido lapidados al penetrar en el agua, castigados por estas olas azul oscuro que guardan, en su seno, un misterio que buscamos pedaleando desde Amed.












A medida que el agua se aclara, empiezo a vislumbrar los primeros peces de colores, alla abajo, en un fondo que, de manera precipitada, adquiere gran profundidad a apenas unos metros de la orilla. Sigo moviendo mi cuerpo, serpenteante, adecuandolo a las aletas, acostumbrandolo a esta respiracion bucal y a la presion de las gafas sobre mi rostro. Observo el frente, oscuro, y siento una especie de escalofrio. Mirar asi al mar siempre me produce intranquilidad, imagino que al hecho de no ver que hay delante se une el de tantas visiones de peliculas terribles donde tiburones mastodonticos, niam, niam, niam, desayunan humanos incautos.Pero luego, lentamente, emergiendo de entre las sombras, aparece la inmensa y sugerente mole del U.S.S. Liberty, un barco estadounidense torpedeado por un submarino japones en la Segunda Guerra Mundial, y toda inquietud se desvanece porque se que voy a ser testigo de algo excepcional. La nave, ladeada, esta semicubierta de algas, conchas y demas moradores marinos, pero no tanto como para no adivinar la forma de su casco y mastiles. Aproximadamente a 8 metros por debajo de nosotros, que hacemos snorkel, varios grupos de submarinistas disfrutan de este increible espectaculo desde mas cerca, propiciandonos, -sin quererlo ni saberlo, probablemente- uno mas que se suma al del barco del que todos disfrutamos, y que consiste en la vision, que tiene algo incluso de celestial, de las columnas (de oxigeno?) que desprenden ellos y que los que estamos en la superficie podemos admirar. Millones de burbujas de todos los tamanios, cual medusas de mercurio, buscan a toda velocidad la superficie. Aleteo hasta colocarme sobre una de ellas. Las diminutas capsulas de gas golpean mi cuerpo propiciandome una suerte de masaje cosquilleante, efimero. Extiendo mi mano para interponerla en el camino de una de ellas, gigante, de forma abombada, brillante, y se fragmenta en decenas de hijitas que se escabullen entre mis dedos, nerviosas, ilusionadas por el inminente encuentro con el aire al que pertenecen, con la angustia -podria ser, por que no- del aire que se queda sin aire y asciende vertiginosamente para tomar aire.
Aunque veo a los submarinistas desaparecer por los huecos del barco, se donde se encuentran por la columna de burbujas que les delatan,chivatas, dondequiera que se escabullan. Cientos de peces de distintos tamanios nadan por entre dichas columnas, me pregunto si lo haran para tomar sobredosis de oxigeno gratis, aprovechando la coyuntura, pero no es asi. Se desplazan curiosos, como quien pasea, a nuestro lado. Uno de ellos, del tamanio de una pandereta, se acerca a mi. Aplanado -como si le hubieran dado un buen sartenazo contra una pared-, me mira con ojos de vista cansada y, en ese momento, flissss, defeca. El excremento, marron clarito, como el, se ajirona en el agua, flotando, sin perder su forma intestinal durante largo rato. Luego, cuando empieza a deshilacharse, llama la atencion de los pececillos que pasan por ahi y que no pueden evitar, um, que rico, darle un bocadito a algo tan suculento. Despues de la anecdota escatologica observo un efecto optico maravilloso. Curiosamente, los rayos de sol en lugar de proceder de la superficie, diriase que emergen de las profundidades y que ascienden, abriendose, cual lineas de luz que nos atraviesan a todos. El contraste entre el azul del agua, los vivos colores de los peces, las sombras del barco y las burbujas plateadas que ascienden compone un cuadro imposible de describir con simples palabras. Habria que convertirse en rayo de sol, en burbuja de plata, en escama dorada para llegar a saborear, aunque fuera por breves momentos, que se siente formando parte de tal universo cromatico.








Y despues de tan inenarrable experiencia, rotos los tobillos en mil trozos por los guijarros de la playa, que esperaban pacientemente mi salida para apedrearmelos de nuevo, cogimos a las buenas de Walkyria y Rocallosa para buscar una nueva aventura:la de una "Jornada Gloriosa".

Entiendase como tal aquella que supone avanzar un elevadisimo numero de kilometros. Y asi fue. Tras detenernos en un bar de comidas de carretera, donde un gallo picoteaba el suelo, indolente, mientras comiamos Gado Gado con Tofu y Tempeh, bebiamos zumos de mango y pinia, y las cocineras volvian a decirnos eso de que si eramos gemelos, regresamos a nuestras cabalgaduras. Buscando la Jornada Gloriosa casi encuentro un corte de digestion, pues a mi estomago no le hizo ninguna gracia la velocidad y esfuerzo al que le someti en relativamente poco tiempo. A partir del primer centrifugado estomacal, mi vida no volvio a ser la misma. Cabalgue como un Jabato, pero con las tripas hechas unos zorros, sin tener muy claro si, como hizo mi primo en su adolescencia, era capaz de vomitar en marcha, de igual modo al que Ivan lo hizo caminando, con las manos en los bolsillos, cuando cruzaba un paso de cebra, con un simple giro de cabeza. Me quede con las ganas de saber si hubiese sido capaz de hacer tal malabarismo, y segui, a rueda, a Hermes. Pegadito a el, con el plato grande, el pinion pequenio y el estomago como nudo marinero cabreado, tiramos y tiramos kilometros atravesando playas, corales, carreteras, puestos de comida, templos hinduistas, mujeres con bandejas llenas de fruta en la cabeza, destellos de plata en la superficie del oceano, perros que nos ladraban o se apartaban, vacas, cabras, cerdos malolientes, palmerales y cielos intensamente azules hasta llegar a Lovina Beach.
 Habiamos recorrido practicamente un cuarto del perimetro de la isla de Bali, de este a norte, en un dia. Como tengo el cuentakilometros roto, no sabemos a ciencia cierta cuantos pudieron ser, pero estimamos que alrededor de 80 y teniendo en cuenta que paramos para ver al Liberty durante aproximadamente una hora y media, eso supuso una media excepcional.

Llegados a Lovina, una vez mas, se inicio la tradicional busqueda de alojamiento.
Lovina... cuyo nombre procede de Love...
Lovina... donde, al amanecer, se acercan los delfines a la playa...
Lovina...

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