Como pudo saber, aquel amable policia, que, en el fondo, eramos cicloturistas y que habiamos maldecido, una y un millon de veces, las malditas motocicletas que todo lo inundan, todo lo atropellan?
Como pudo, en un gesto de innegable justicia, olvidar toda compasion -o casi toda, al fin y al cabo, nos redujo la multa de 300.000 a 100.000 rupias- que seguramente sintio, para acometer la desagradable tarea, al vernos hacer un giro prohibido, de pararnos, meternos en el chiringuito, echarnos la charleta, menear la cabeza lastimeramente y vengar, de ese modo, la afrenta hecha al Dios Suzuki?
Ni transformados por los cascos pasamos desapercibidos para este vengativo dios del asfalto. "Los acasos deben pagar", habia sentenciado, y pronto se expandio la noticia por toda Bali.
Y los acasos pagaron.
Pero luego marcharon, raudos, a Ubud, donde les esperaba, sin que ellos lo supieran, un grupo divertido de japonesitas, un templo excavado en una roca y un magnifico teatro balines que hicieron las delicias de ese intenso dia en el que, transformados en motoristas, zumbaron, zium, zium, zium, de aqui para alla como buenos indonesios.
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