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miércoles, 25 de julio de 2012

El hijo del rio

Resplandece el agua, plateada, sobre su cuerpo cobrizo. Tendra cinco o seis anios, cabello negro, desnudo se lanza al agua desde una roca pulida por los milenios. El rio le abraza, le gira, le lleva flotando sobre su regazo de espuma salvaje. El pequenio, excitado, sin previo aviso, se agarra a Hermes, que esta de pie, sintiendo la fuerza del rio en su cuerpo cansado. La corriente, con sus mil cordilleras inquietas, se eleva y baja, busca y rie. Cientos de libelulas -pelirrojas como los orangutanes- sobrevuelan el cielo sobre nosotros. Empieza a llover.

El hijo del rio asciende, contento, entre las rocas, nervioso, descalzo, hasta que llega de nuevo a la altura desde la que lanzarse otra vez al cuerpo fresco, brillante, de su madre de agua.
Le observamos bajar a toda velocidad, su cabeza flotando, los brazos chapoteando. Cualquiera pensaria que esta a punto de ahogarse. Hermes vuelve a cogerle cuando llega junto a el. Las libelulas se desplazan veloces, se detienen de repente, vuelven a volar, estan alimentandose de los miles de insectos que la jungla les regala.
La lluvia arrecia. Me sumerjo en el rio, agarrandome a la roca mas grande que palpo bajo mi cuerpo azotado por las aguas. La intensidad de las multiples corrientes enrevesadas aumenta, tengo que asir la piedra con mas fuerza. El ninio sube gritando, sin mucho cuidado, por las piedras que riegan la orilla.
La selva nos rodea, la selva por la que baja el rio, el rio por el que baja, flotando, de nuevo, el ninio.

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