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viernes, 27 de julio de 2012

Jhonny Walter

El mar, reptil de cambiante piel blanca y verde. Yo, tumbado, mis manos a los costados de la tabla azul. Cabello mojado sobre mis pestanias. Cielo inmenso, ardiente, cegador, avasallandolo todo.
"Get up!, get up!" me grita Jhonny y, entonces, con la espuma golpeandome el rostro, siento bajo la tabla ese animal vivo, rugiente, que es el Oceano Indico, uno de cuyos infinitos alientos muere en estas costas de Bali. Cuando me pongo de pie, siguiendo sus instrucciones, superando los trompicones, el movimiento oscilante de la tabla bajo mis pies, cabalgandolo, es como si sobrevolara la Via Lactea, Silver Surfer, atravesando veloz varias galaxias. El corazon contento, las piernas semiflexionadas y los brazos en cruz. El equilibrio es el unico combustible que necesito para viajar sobre esta superficie rugosa de goma azul que me conduce veloz hacia Hermes que, de pie, toma fotos y videos de esta nueva experiencia para mi.

A veces la cabalgada me conduce hasta la misma orilla, donde me bajo aristocraticamente, con suma elegancia, de la tabla; otras soy revolcado, volteado, golpeado por el agua, la tabla, el sol, la sal. Pero siempre, una y otra vez, el retorno lento, mar adentro, en busca de la siguiente ola, hundiendo mis pies en el suelo, azotado por las olas que desprecio o sumergiendome para dejar que pasen encima de mi, anhelando esa que quizas pueda coger mejor, sobre la que permanecer mas tiempo, a la que sentir rugir mas profundamente bajo mi, en suma, con la que fundirme hasta convertirme en ella, en agua e, incluso, en fondo oceanico, ese que siento alla abajo, magnetico, cada vez mas a medida que me aproximo a la orilla.
Y, a veces, cuando la busco, la espero, emerge, de entre la espuma, un surfista, convertido tambien el en ola reverberante, sombra tumultuosa que con elegancia se mantiene arriba, en la cresta, y tiene algo de espejismo, de suenio californiano, y me estremezco ante tan hermosa vision.

Una hora despues, tumbado sobre la arena, cuando la clase que he contratado con Jhonny ya ha finalizado,no me queda mas remedio que escuchar en el IPOD a los Beach Boys surfeando musicalmente – curiosamente, algunos de sus miembros ni siquiera sabian hacer surf-, sus melodias de veranos eternos, chicas bonitas y motocicletas rapidas. Me emborracha el calor ardiente de piel reseca, salada, el olor de la crema solar y el rumor eterno, rompiente, del mar a unos metros de mi.

Jhonny –como podia tener otro nombre?- dijo que me enseniaria en unos minutos (a cambio de 150.000 rupias, unos 13 euros, por una hora de clase) a estar de pie sobre la tabla, y dijo bien, probablemente porque esta sea de aprendizaje, mas ancha,estable y evolucionada tecnicamente que aquella con la que mi padre, hace 47 anios aproximadamente, intento aprender cuando el Deutschland –el primer barco aleman de guerra al que se le permitio salir del pais tras la Segunda Guerra Mundial- arribo las costas de Hawai. Su experiencia –tablas volando por todas partes y companieros vomitando tras el intenso esfuerzo, inutil, realizado por mantenerse de pie sobre la tabla- contrasta con la mia por la eficacia y sencillez del metodo empleado por este indonesio simpatico de largo cabello negro que dice llevar seis anios enseniando a hacer surf. Primero sobre la arena, luego en el agua, a mi lado, y por ultimo desde la orilla, su guia y consejos consiguieron, junto a mi buen equilibrio, imagino, que este antiguo rocker que tantas canciones surf escucho y bailo en su adolescencia, y al que tantas peliculas norteamericanas le hicieron soniar a lo largo de su vida, haya podido saborear, aunque sea por breves segundos, que se siente cuando uno cabalga una ola espumosa bajo un torrido sol, en un entorno que bien podria ser paradisiaco si no fuera por este crepitar bullente de motos que todo lo contaminan en este hermoso Bali, donde las palmeras se mecen oscuras al caer la tarde, mientras camino hacia el hostal donde estamos alojados, rodeado de imagenes de dioses –y demonios- hinduistas, y oliendo las varitas de incienso que han depositado, entre las ofrendas, a sus pies.

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