Era difícil pero el objetivo de dejar uno de
nuestros objetos del equipaje de mano -en esta ocasión, la Lonely Planet-
olvidado en el primero de los aviones, se ha cumplido. Contra todo pronostico,
dado que le había contado a Hermes mi dolorosa experiencia del anio pasado (la
misma compañía, el mismo puente aéreo, la perdida de los mapas, perfiles de
ruta e información de Tanzania que llevaba y que olvide en el respaldo de la
butaca de enfrente) y a pesar de haberle vuelto a recordar, cuando el avión aterrizo,
la precaucion de comprobarlo todo, Hermes, el Principe de las Moscas, con una
absoluta profesionalidad y sangre fría admirables, se mantuvo impertérrito a mi
arrodillamiento para cerciorarme de que ninguno de mis objetos, pilluelo,
iniciaba la huida como hicieran el verano anterior. Con gran maestria se sumo a
la cohorte de pasajeros que abandonaba la aeronave por los pasillos
enmoquetados, sin revisar su equipaje. Creen ustedes que, desde algún lugar de
su conciencia pudo escuchar el grito de alarma? Lo ignoramos pero, de haber
sido asi, consiguió sobreponerse a esa debilidad impropia de un ser en calma y siguió
su camino sin mirar atrás. Con firmeza, con fe ciega en su triunfo seguro… y
sin su Lonely Planet... La cual, haciendo honor a su nombre –Lonely-, prefería quedarse
en ese avión que estuvo las mismas horas, o mas, que nosotros en el aeropuerto
y en el que, por lo que nos dijeron los encargados de Qatar, no encontraron
signos algunos de la fugitiva tras haber sido avisados del despiste y ubicación
de la olvidada guía.
Ese fue el comienzo de viaje de mi amigo mexicano, ese el
primer mordisco que sintió en sus mas tiernas carnes emocionales y que le
hicieron pasar de la rabia inicial hacia si mismo a la que sintió hacia los
empleados que le tuvieron, toda la noche, mareándole al decirle que volviese
una y otra vez para ver si ya la habían recuperado…
Ahora otra nueva Lonely
Planet, de Indonesia y comprada en la misma idem, nos acompania.
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